viernes, 23 de febrero de 2018

#Escena 53 Toma 01: La Forma del Agua

Si hablamos de monstruos en el mundo cinematográfico lo primero que se nos viene a la cabeza es un nombre. Guillermo Del Toro. Porque él, y sólo él es capaz de mostrar de forma única sus increíbles criaturas.
"La forma del agua" nos cuenta la historia de Elisa, una joven muda que trabaja en un laboratorio del gobierno del EEUU donde traerán a un misterioso hombre anfibio que despertará su curiosidad y también sus sentimientos.
Guillermo Del Toro vuelve a iluminarnos con su portentosa imaginación, que en esta ocasión se personifica en esta tierna historia donde el espectador queda inundado por un profundo y adorable encantamiento del que no quiere salir. Del Toro ha querido mostrar, que a pesar de la época algo oscura, esa oscuridad no es ni triste ni terrorífica, sino que gracias a los personajes se convierte en una oscuridad romántica, nostálgica y bella. Y si queremos buscar similitudes de fábula, podemos otorgarle el papel de "Bella" a Elisa, a quien le da vida Sally Hawkins y es... todo amor. Faltan palabras y elogios para describirla porque todas se aplican a ella, incluso, me atrevería a decir que podría ser uno de los personajes en la historia del cine que te transmite una completa simpatía. Todo en ella es adorable y también fuerte e independiente. Sin "Bella " no hay "Bestia y aquí es donde entra nuestro anfibio. Doug Jones vuelve a repetir a las órdenes del mexicano como otras tantas en las que se ha enfundado el traje del monstruo que Del Toro decidiera sacar de su chistera.
Los secundarios son brillantes. Richard Jenkins y Octavia Spencer son fundamentales, no sólo para el desarrollo de la historia sino para complementar la permanente ternura y empatía de la protagonista. Jenkins personificando a Giles, vecino que aunque su situación se plantea decadente, le puede el optimismo y la compasión. Y Spencer, bueno, es ella misma, que es lo mejor, porque proporciona un desparpajo, un humor ácido y una naturalidad, impagable. Todo cuento ha de tener un villano y Michael Shannon parece haber nacido para este tipo de personajes, lo abraza de tal manera que incluso todo el desprecio que se necesita para mantener el equilibrio, lo acapara indudablemente él.
La escenografía, la música, el lenguaje (aunque sea de signos), está perfectamente coordinado, como si se tratara de una dulce balada coreografiada en donde, al igual que en el agua, te sientes flotar. La cinta engulle al espectador, que se queda alucinado mientras los minutos pasan, sin saber exactamente el orden de sensaciones que van aflorando en su mente. 
En definitiva, una obra merecedora de los reconocimientos otorgados, porque, desde luego, no hay premios que reconozcan la inmersión en una mente tan imaginativa y de la que, en mi opinión, se salga tan aturdido y feliz como en un divertido chapuzón.